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Salmo del día

salmo del dia
Salmo del día
¿Cuántas veces te has despertado desanimado y no quieres enfrentarte a un nuevo día? La Biblia nos da algunas claves para poder comenzar nuestros días con fuerza.

Piensa en cosas buenas

Filipenses 4:8

Nuestros pensamientos influyen enormemente en cómo nos sentimos y cómo vemos las situaciones a las que nos enfrentamos. Comienza tu mañana pensando en todas las cosas buenas de tu vida y verás como tu perspectiva cambia ante los retos que te esperan. Sólo con eso tendrás un mejor día!

Gracias a Dios

Salmo 103:1-2

Recuerda dar gracias a Dios por todas las cosas buenas que recuerdas – tantas bendiciones que Dios nos da! Haga un punto para agradecer a Dios por al menos cinco cosas cada día. Desarrolle una actitud de gratitud hacia su Creador y verá cómo se sentirá más preparado para enfrentar el día.

Pedir la ayuda de Dios

Salmo 5:3

Si estás preocupado o desanimado por algo, ¡díselo a Dios! A él, como a todo padre amoroso, le encanta escuchar a sus hijos, ayudarlos y animarlos. Pase tiempo con Dios cada mañana, dígale sus planes para ese día y esté atento a su guía y cuidado.

Organiza tu día

Proverbios 21:5

Pasar unos minutos organizando sus prioridades para el día es tiempo bien invertido. Anote en una agenda las cosas que necesita hacer de acuerdo a la prioridad, y ensaye en su mente los momentos en que piensa que podría incluirlas. También trate de dejar algunos espacios vacíos para el descanso, para reponer fuerzas o para hacer espacio para eventos imprevistos.

Dedica tus planes al Señor

1 Corintios 10:31

Hacer un buen trabajo es una manera de alabar a Dios. Decide dar lo mejor de ti hoy y hazlo por la gloria de Dios. Verás que tu actitud hacia las tareas diarias mejora cuando haces todo para que Cristo sea glorificado.

Salmo del Día

Dice el pecador: «Ser impío lo llevo en el corazón». No hay temor de Dios delante de sus ojos. Cree que merece alabanzas y no halla aborrecible su pecado. Sus palabras son inicuas y engañosas; ha perdido el buen juicio y la capacidad de hacer el bien. Aun en su lecho trama hacer el mal; se aferra a su mal camino y persiste en la maldad. Tu amor, Señor , llega hasta los cielos; tu fidelidad alcanza las nubes. Tu justicia es como las altas montañas; tus juicios, como el gran océano. Tú, Señor , cuidas de hombres y animales; ¡cuán precioso, oh Dios, es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas. Se sacian de la abundancia de tu casa; les das a beber de tu río de deleites. Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz podemos ver la luz. Extiende tu amor a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón. Que no me aplaste el pie del orgulloso, ni me desarraigue la mano del impío. Vean cómo fracasan los malvados: ¡caen a tierra, y ya no pueden levantarse! Salmo 36

Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Selah Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor », y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Selah Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ellos no los alcanzarán. Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación. Selah El Señor dice: «Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti. No seas como el mulo o el caballo, que no tienen discernimiento, y cuyo brío hay que domar con brida y freno, para acercarlos a ti». Muchas son las calamidades de los malvados, pero el gran amor del Señor envuelve a los que en él confían. ¡Alégrense, ustedes los justos; regocíjense en el Señor ! ¡canten todos ustedes, los rectos de corazón! Salmo 32.

Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos, y llorábamos al acordarnos de Sión. En los álamos que había en la ciudad colgábamos nuestras arpas. Allí, los que nos tenían cautivos nos pedían que entonáramos canciones; nuestros opresores nos pedían estar alegres; nos decían: «¡Cántennos un cántico de Sión!» ¿Cómo cantar las canciones del Señor en una tierra extraña? Ah, Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte, ¡que la mano derecha se me seque! Si de ti no me acordara, ni te pusiera por encima de mi propia alegría, ¡que la lengua se me pegue al paladar! Señor , acuérdate de los edomitas el día en que cayó Jerusalén. «¡Arrásenla —gritaban—, arrásenla hasta sus cimientos!» Hija de Babilonia, que has de ser destruida, ¡dichoso el que te haga pagar por todo lo que nos has hecho! ¡Dichoso el que agarre a tus pequeños y los estrelle contra las rocas! Salmo 137.

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